"Trabajadoras sociales"




Cierto es que para mí siempre ha tenido mucha importancia el tema referente a mi tutela desde niña por los Servicios Sociales y su pésima, nefasta y denunciable mala praxis; al menos en lo que a mi historia respecta. 

Cuando me ofrecieron la oportunidad de participar como ponente en la Universidad de Trabajo Social de Madrid, dentro de unas "Jornadas feministas de Trabajo Social", exponiendo mi propio testimonio como víctima de mucho y de las malas decisiones de la trabajadora social que llevó mi caso prácticamente desde que nací, me sentí muy agradecida. Es verdad que la persona que me lo pidió, una trabajadora social, no gozaba de mucha de mi confianza; su comportamiento había sido reprochable en algunos momentos hacia mí y hacia otras mujeres, con también algunas circunstancias similares a las mías. Pero ilusa de mí, pensé que esa era una manera de limar asperezas... pero desgraciadamente confié y me equivoqué, otra vez. Me dijo que le trajera mi expediente como niña tutelada, que lo revisaría, que se haría fotocopias, que lo miraría y buscarían entre ellas, las trabajadoras sociales que allí se reunieron y conocieron mi historia, la manera de ayudarme a hacer justicia. Por fin, pensé.

Esa ansiada justicia que toda mi vida he estado esperando por las malas acciones de aquella primera trabajadora social que "supervisó" mi vida hasta los dieciocho años. 

Llegué a la universidad con mi expediente en la carpeta y di mi ponencia junto a otras mujeres. Cuando finalizamos nos fuimos a comer en un receso y aún estoy esperando que alguien se dirija a mí para pedirme echar un vistazo, fotocopiarse, mostrar el mínimo interés en mi expediente. Me sentaron en una larga mesa donde ellas, las trabajadoras sociales y afines, se sentaron unas delante de otras, copando las conversaciones y a mi me dejaron en la esquina, donde casi ni se me veía ni mucho menos se me escuchaba. Hablaban ignorándome por completo y únicamente pude entablar conversación con una pobre chica encantadora que venía para interpretar una pequeña obra de teatro, una performance y a la que también invisibilizaron en esa solitaria esquina de esa larga mesa.

Sinceramente, me hicieron sentir mal. Un viaje de tres o cuatro horas, ida y  vuelta, un viaje con la ilusión y la esperanza de que alguien revisara y tomara interés, por fin, en  mi caso, se estaba convirtiendo en más de lo mismo, en esa premisa que había impregnado mi vida durante muchos años: el abandono de los que dicen querer ayudarte.

Prosiguió la jornada de ponencias y eran ya las cinco de la tarde, yo tenía que estar en la estación para mi vuelta en menos de una hora. La universidad estaba lejos del centro y nadie me decía ni una palabra de como iba a volver. En una ciudad que no era la mía, sin conocer a prácticamente a nadie, la única persona que sí conocía pasó de mí durante toda la jornada y en ese instante estaba muy ocupada dando su ponencia. Sufriendo porque no llegaría a tiempo a la estación, yo ni estaba pendiente del discurso, ni de la obra de teatro ni de nada. Solo quería saber cuando acabaría esta mujer y podría hablar con ella sobre como podía regresar. Craso error el mío al pensar que la organización del evento habría puesto los medios para llevarnos de regreso a la estación a las ponentes. Mi situación económica familiar no era para tirar cohetes y no podía permitirme perder el tren, hacer noche allí y por ende tener que comprarme otro billete. 

Pasaba el rato y ni la ponencia de ella terminaba ni nadie se dirigía a mí para informarme de mi vuelta. Me levanté ya nerviosa y preocupada y me dirigí hacia las escaleras, cerca de la puerta de salida del auditorio donde estábamos, y supliqué por favor que enviaran el mensaje a la invitadora que yo tenía que irme con urgencia. Esta interrumpió un momento su discurso y se acercó para decirme que podía coger el autobús en la parada de la universidad, (con sus numerosas correspondientes paradas) hasta el metro para llegar a la estación (con sus también numerosas paradas y transbordos). Todo esto a poco más de media hora de salida de mi tren, sin conocer la ciudad, sin conocer a nadie y lo peor, sin tiempo. Ni un mísero taxi de vuelta preparado, ni alguien que me llevara, nada. Nadie. Así que, desesperada, estuve ojo avizor y escuché a unas mujeres trabajadoras sociales que habían venido como yo de otra comunidad, que se dirigían también a la estación y tenían programada su salida a la misma hora que la mía. Les pedí por favor si podía compartir un taxi con ellas y muy amables me dijeron que por supuesto. Estuvimos hablando durante el trayecto y me sentí más escuchada en esos veinte minutos por ellas que en todo el día con la anfitriona que me había invitado. 

Remarcar como anécdota que un sector de mujeres feministas de un grupo de Telegram en el que yo participaba y que, conocedoras de este evento, dijeron venir a apoyarme, no aparecieron por allí ninguna de ellas. Supuestamente defensoras de colectivos como el que yo representaba. Repito, supuestamente.

En conclusión, un día que parecía otro de tantos inicios de esa justicia tan ansiada se convirtió de nuevo en esa falsa solidaridad, en esa gran farsa que impregna a muchos de los activismos que parasitan las historias de colectivos vulnerables que después abandonan, sin escrúpulos, a su suerte.

 

Helga F Moreno.

 

"SI DE VERDAD QUIERES AYUDARME, PRIMERO PREGÚNTAME QUÉ NECESITO"