Tener reconocida una discapacidad muchas veces no es nada del otro mundo. Es simplemente una etiqueta más que pueden otorgarnos como ciudadanos de este planeta absurdo en el que vivimos. Una etiqueta que en muchas ocasiones no vale para nada y en otras discrimina, sobre todo en lo referente a la salud mental.
Hay diferentes causas por las que te pueden conceder una discapacidad, causas físicas, psíquicas o intelectuales. También existen los grados dentro de cada una de estas variables según la más o menos gravedad de la discapacidad en cuestión. Lo paradójico es que depende del tipo de discapacidad que tengas pueden hacerte sentir rechazado, señalado, integrado o completamente ignorado e invisible. Sí, todas y cada una de ellas, ni más ni menos. Hay tipos de discapacidad que socialmente parecen estar más aceptadas, y es triste reconocer que es así, puesto que todas son adquiridas por una serie de circunstancias concretas que hacen a la persona que las sufre merecedora de este "reconocimiento". La salud mental a la cola.
Tanto es así, que hay muchas personas con discapacidad que se sienten discriminadas respecto a otras con también discapacidad. Pero entiéndase que no es nada personal hacía esos otros discapacitados, es hacía quienes rodean a esos diversos funcionales, hacía quienes profesan un tipo de atención a unos mientras invisibilizan a otros, hacia quienes reciben subvenciones para ayudar a personas discapacitadas, pero únicamente se centran en determinados grupos de discapacitados. El resto, como si no existieran, independientemente de como les llamen, si discapacitados o diversos funcionales.
Por todo ello, hay que reconocer que también existen estos otros discapacitados, estos que también tienen derecho a esa atención, a esas diversas formas de ayuda establecidas que, supuestamente, deben serles facilitadas también a ellos como personas con discapacidad. Esas subvenciones, ese dinero, ese apoyo que se otorga desde el gobierno a esta causa, debería dividirse y contribuir a la ayuda real diversa para estas personas con discapacidad, cualquier discapacidad y en cualquier grado. Pero no. Para unos hay servicios, hay personal dedicado a ellos, hay instituciones y hay ayudas a diversos niveles económicos, formativos y laborales, hay compasión e interés por integrarles por parte de los medios y por ende de la sociedad. Para otros, nada. Para esos otros hay recelo, hay estigmatización, hay invisibilidad, hay miedo. Por supuesto, nadie está negando que no precisen todo este tipo de atención y ayudas diversas los primeros, pero no por ello debe ignorarse como se ignora a los segundos, simplemente porque no se ajustan a unas discapacidades concretas políticamente correctas, que son las que se llevan el gato al agua y la mirada empática de la sociedad.
Estas otras discapacidades no suelen servir para nada a quien las tiene reconocidas, ni para recibir formación, ni facilidades en la inclusión laboral, ni mucho menos ayudas económicas. De vez en cuando algún empresario, no sé si solidario o más bien interesado, utiliza los beneficios fiscales otorgados, la bonificación establecida por hacer un contrato a una persona con determinado grado y con determinada discapacidad. Pero, como digo, no suele ocurrir ni aun con el atractivo de ese incentivo económico y si ocurre, en muchas ocasiones, es bajo unas condiciones laborales paupérrimas y cuestionables.
En definitiva, tener reconocida una discapacidad y según cuál de ellas sea, a veces es únicamente una etiqueta como otra de tantas. Es una etiqueta sanitaria, judicial, social, que no sirve para mucho más que para tenerla guardada en un cajón, archivada junto a la documentación inservible y, en el caso de la salud mental, guardada en lo más profundo del fondo del cajón.
Helga F Moreno
"SI DE VERDAD QUIERES AYUDARME, PRIMERO PREGÚNTAME QUÉ NECESITO"